viernes, 21 de septiembre de 2007

Integraciones apocalípticas: dimensiones superpuestas

Beta Band es alta cultura. Kid A de Radiohead es alta cultura, lo mismo que Charles Mingus, que David Lynch, que Chris Ware. Arvo Pärt es kitsch, igual que Saramago, que Benedetti. Flaming Lips también es alta cultura (en este mismo momento estoy escuchando Zaireeka, cuatro cds que deben ser escuchados simultáneamente, aunque no estoy cumpliendo la premisa).

El domingo pasado César Aira se declaraba en el suplemento de cultura de Perfil –desde la desgrabación de una charla en Bahía Blanca- defensor a ultranza de la alta cultura. Pasemos revista rápidamente a sus ejemplos ensayístico-críticos (Aira es un ensayista admirable), revisemos su casting: Copi es alta cultura, es decir, la historieta como obra de arte (lo mismo que el Frank Miller de The Dark Knight Return), Edward Lear hoy es leído como alta cultura y quizá Pizarnik siga desplazándose ¿y qué decir de Cecil Taylor, ese fabuloso pianista y compositor al que le dedicó su célebre relato-ensayo? Taylor, como el trompetista Lester Bowie y el saxofonista John Zorn, así como el animador Hayao Miyazaki, es un representante de la alta cultura.
También lo son Alfred Hitchcock, Buster Keaton, los westerns de John Ford, del mismo modo que la pintura de Soldi es kitsch, lo mismo que las obras de Eduardo Pla.

Ya sabemos: la alta cultura es una variable de tiempo. Hay muchos ejemplos que en su momento hubieran sido considerados de baja cultura y hoy nadie se animaría a repetirlo. ¿Glenn Branca fue alguna vez baja cultura? ¿Dónde ubicamos a las películas de Warhol-Paul Morrisey? ¿Y los relatos de Alphonse Allais? ¿Y a Stephen King filmado por Kubrick? ¿Y Stanislav Lem llevado a la pantalla grande por Tarkovsky? ¿Y Coco Chanel, Saint-Laurenz, Gucci, Gaultier?

¿Qué marca hoy la distancia entre lo alto y lo bajo? ¿El uso de los materiales? ¿Las salas de concierto? ¿La elección de los académicos? ¿El consumo?
Aira señala la disponibilidad, lo que hay que ir a buscar. Como melómano siempre me burlé de los que no saben disfrutar de Pet Shop Boys y creen que los discípulos de Penderecki son culturalmente superiores.
Terminó el disco de la banda de Wayne Coyne y prosigo con Ligeti. Adoro a éste tanto como aquellos. Me encanta Juan Carlos Paz, lo admiro. Pero más aún venero a Horacio Salgan y Sun Ra.
Lo arduo de conseguir ya no es tal: internet dinamitó eso. Emule es el gran bazar del mundo. Alguien colgó en la web lo que necesitabas, en alguna parte del planeta. Alguien puso en órbita la película que te resultaba difícil encontrar. Un amigo me decía hace poco: “buscar se quedó en los ‘90”. Escuchar James Blood Ulmer o Acid Mother Temple no es menos arduo que una audición de John Cage o Stockhausen o Berio. ¿Dónde ubicamos un libro como Mix Tapes: The Art of Cassette Culture, de Thurston Moore?
La disponibilidad cultural es inmensa, tanto como nunca antes: atrincherarse en lo alto, lo bizarro-Z, lo conceptual o la tradición no señala nada diferente a pereza. Y ser perezoso tan justo con la cultura es como es sufrir la maldición del rey Midas.


La cultura puede ser un mapa que no lleve a ninguna parte. Que ni siquiera termine de situarnos del todo, sino que simplemente nos acerque algunas coordenadas.
La única tradición que hoy admito es la del recuerdo: lo imborrable. Lo que nos sigue afectando, las obras que, como los primordiales de Lovecraft, esperan en el umbral y están prontas a volver, aunque nunca se hayan ido.
¿Qué es hoy lo alto y lo bajo, en una época de supradisponibilidad digital?

El miércoles fuimos a escuchar a Doris a El Victorial. No exagero: me divertí mucho más que todas las últimas veces que fui al Colón.

Paul D. Miller (Dj Spooky): "Cuando apareció, el grabador era una metáfora de lo high tech. Edison, que lo inventó, era un buen amigo de Ford y también de Emerson, cuyos escritos al menos había leído bien, así que tenía ese delirio místico con el Gramófono Edison, creía que podía capturar las voces de los muertos, hacía modelos especiales para antropólogos para capturar las voces de las diferentes tribus, y todo eso.
Es todo lo mismo: se trata de crear tu propio archivo. Registrar todas las voces y los estilos. Pero lo que me parece genial de todo el asunto es que democratiza todo el proceso creativo. Por eso Chuck D pone su música gratis en internet.

Y si eso resulta molesto para las grandes corporaciones es porque siguen ancladas en un sistema de control protoindustrial. Así que la bandeja y el concepto de copiar y rebobinar sonidos, ¿sabes qué? Es lo mismo que pasa en Africa, o lo que pasaba en la Edad Media en Europa, cuando hacían canciones folklóricas que todo el mundo podía cantar, como coros de iglesia.
Pero en los últimos doscientos años todos quisieron controlar todo. Como ahora con todos los procesos de ingeniería genética, donde cada gen tiene su copyright. Es como si la bandeja fuera la metáfora original del conflicto entre la memoria-control y la memoria-libertad.
Creo que estamos en el principio de una nueva modalidad de la comunicación humana."