lunes, 10 de septiembre de 2007

Plasticidad individual y sensología: la punkitectura como giro

¿Para qué reinventarnos? ¿Por qué intentar sacudir nuestros límites una y otra vez? ¿Adónde comenzamos, en quién terminamos? Necesito volver a revisar algunos textos. Tomás Maldonado, en “Plasticidad individual y turbulencia sistémica” nos dice: “Dos factores que han contribuido a poner dramáticamente al descubierto lo que se sabía desde hace tiempo: en el mundo moderno la identidad de las personas está sometida, y lo estará cada vez más, a los mudables condicionamientos y restricciones del mercado de trabajo. Porque en nuestra sociedad, lo queramos o no, el mercado de trabajo tiende a configurarse como un verdadero mercado de las identidades. En esto, es preciso admitirlo, Marx no se equivocó. Con seguridad, su idea, para decirlo en pocas palabras, de que detrás de la mercantilización de las cosas está siempre la mercantilización de los seres humanos, la idea, en suma, de la “reificación” (Verdinglichung), parece tener una confirmación definitiva. Frente a esta perspectiva, la naturaleza heterogénea y articulada, “fragmentada”, de nuestras identidades ya no debería ser vista como una debilidad, sino como un recurso que nos permitiría enfrentarnos, para evitar lo peor, con la amenazas implícitas de una situación en la que se “obligará a cada nación a reconsiderar el rol de las personas en el proceso social”.
Por supuesto, esta reconfiguración en el seno del mercado de identidades no es ajena a la mutación de la idea de novedad, que continúa tan fortalecida como siempre. En el mundo moderno, la novedad (el novus, la innovación) era un bien en sí, un agente de progreso ahí donde el progreso implicaba a lo inédito, lo antes no conocido. En nuestro mundo, en cambio, la novedad implica otro uso, otra política de empleo. De ahí que el mercado no se componga de identidades nuevas sino reconformadas. Y nuestra singularidad no radicará tanto en nuestra última manifestación sino en la elección del proceso que elijamos para reinventarnos. Es claro que el concepto de novedad sigue vigente, pero desplazado. Aspectos plásticos; nos dice de Kerckhove en “La familia como obra de arte”: “El los años sesenta, los niños se convirtieron en formas de arte, materia prima para experimentos educacionales, como el de Montessori o el de Summerhill. La vida humana, alejada de sus dos extremos de control de la naturaleza, por medio de la ley y de la tecnología, se ha convertido en una comodidad, un recurso como todos los demás, pese a que la mayoría de la gente todavía no se ha hecho a la idea. (...) La biología puede haber sido el destino alguna vez, pero ciertamente ya no lo es: hasta que aprendimos a dividir el átomo, entrar en el código genético y aprovechar la electricidad los humanos estábamos dominados por la naturaleza. Hoy, para bien o para mal, estamos aprendiendo a recrearla, corriendo nuestros riesgos, es cierto, pero a partir de ahora de forma inevitable. Este desarrollo convierte al relativismo cultural y de géneros en una necesidad y no una opción”.

Las relaciones entre sujeto e identidad son complejas. Hay corrientes filosóficas que se exilian de la cuestión: para éstas, es incorrecto hablar de sujeto, sólo deberíamos atenernos a las oscilaciones de la producción (término por demás industrial). No debería llamar la atención que sean las más utilizadas en las estrategias puestas en circulación por los mercados de identidades.

¿Reformateo de lo afectivo, de lo sensorial? Mario Perniola, en su manifiesto “Contra la comunicación” vuelve a llamar la atención sobre la dimensión sensológica en estos cambios: “En otra parte utilicé el neologismo “sensología” para referirme a la transformación de la ideología en una nueva forma de poder, que da por sentado un consenso plebiscitario fundado en factores afectivos y sensoriales. Me pregunto ahora si podría considerarse la comunicación como esa nueva forma de ideología que bauticé como “sensología”. (...)

La diferencia profunda entre la ideología (o la sensología), por una parte, y la comunicación por la otra, consiste en que la primera confiere al menos una determinación.
Si bien las identidades que proveen las ideologías y las sensologías son artificiosas y están preconfeccionadas (y ciertamente no son fatalidades), conservan siquiera cierta persistencia.
La ideología (y con mayor razón la sensología) se parece a la moda: dura algunas temporadas y no tiene la constancia del “espíritu de los tiempos" (del que habla la filosofía idealista de la historia), pero durante cierto lapso es (o al menos pretende ser) una cosa determinada.
La comunicación, contrariamente, elude toda determinación como si de una peste se tratara. Aspira a ser a un tiempo una cosa, su opuesto y todo aquello que está en el medio entre ambos extremos. Es por ende totalitaria, en una medida mucho mayor que el totalitarismo político tradicional, pues comprende también y sobre todo el antitotalitarismo. Es global en el sentido de que incluye también aquello que niega la globalidad.”
La punkitectura, posiblemente un fenómeno extremo de la sensología, salta continuamente dentro y fuera del software y las redes de comunicación, intentando desestructurar programas y bases de datos, reapropiándoselos de otra forma. No sólo inocula un virus en el mercado de las identidades a modo de cuestionamiento radical sino que trata de reformatear los procesos de autosingularización.

Continuará.