lunes, 8 de octubre de 2007

La conspiración interminable: más controles de uso e instructivo de invasión

Ok, es una conspiración. Pero la más grande que jamás haya existido. Más que el mito del alunizaje de 1969 filmado en un estudio de televisión secreto. Más que los iluminati, que lo narrado en el Código Da Vinci. Pero ¿puede utilizarse una conspiración? ¿Puede ser ésta un instrumento? ¿De qué forma? Frente a los incesantes ataques que recibía allá a fines de los sesentas, Lennon dijo alguna vez: “Si Yoko es realmente una embaucadora, si realmente me ha embrujado con malas artes, la amo ya sólo por eso”. Amamos las conspiraciones, esa sucesión de instantes irrepetibles. Ahora, ampliemos el síntoma: ya no es que toda revolución, cualquier gran cambio social o mental comienza con una conspiración (etimológicamente, respirar juntos), desde las catacumbas de los primitivos cristianos a la revolución de octubre de 1917, del Situacionismo a la cultura DJ, todo intercambio de información y esmerados passworks, sino que la conspiración puede sostenerse durante décadas e incluso siglos. Decía Baudrillard, hace ya diez años: “(…) La complicidad es colectiva. Existe una refracción de los efectos de la cultura en todos los integrantes del cuerpo social. Disolución total de la cultura. El hecho es que ya no podemos disociar el arte del discurso y del comentario. Los artistas lo necesitan. O van a buscarlo a otro sitio o lo manipulan ellos mismos. El arte, una vez escindido de un principio viviente de ilusión, se ha convertido poco a poco en una idea. Y alrededor de esa idea del arte, de la ideología del arte, de un arte abocado a las ideas o condenado a las formas pasadas pero que se convierten poco a poco en ideas, alrededor de esa referencia inmortal del arte en cuanto que idea, es como se trama una gigantesca conspiración colectiva, una simulación estética de masas, que denominé, para simplificar, el complot del arte. En el arte actual (y no me refiero únicamente al mercado del arte, sino a unos valores estéticos) creo que existe una complicidad vergonzosa, un “delito de iniciado”. Cabe preguntarse cómo todo eso sigue existiendo, pero es como todos los complots que, en general, no sirven para nada. Es como los servicios secretos cuya eficacia es nula, pero su mitología persiste con toda su fuerza. Pues así el fantasma del arte se perpetúa por la complicidad de todos. Pero una vez más no es el arte el que está en cuestión: ocurre lo mismo con la historia, con la escena política. El misterio real es el de la supervivencia, no el de su desaparición”. Para agregar de inmediato: “Lo cultural depende de una tecnología. Lo cultural no abarca únicamente los museos y los ministerios, es un aparato de percepción y una técnica mental.
Otra vez apocalípticos e integrados: la trinchera móvil de los que eligen la visualidad y lo sensitivo frente a los segundos, los bárbaros del discurso, los defensores del arte como idea. ¿Ya ganó la idea, la tecnología mental que impone la voracidad de sus enunciados? Nos aprovechamos de este viejo antagonismo, de este maniqueísmo cultural para situar en un extremo del ringside a quienes descubren en el omnipresente discurso a un invasor que viene a parasitar la imagen, la percepción pura.
Como bien dice Marc Augé en “La guerra de los sueños”, “David Vincent, héroe de Los invasores –serie de la época de la guerra fría- había asistido una noche al desembarco de seres extraterrestres y había sorprendido su secreto. Por cierto, los invasores se proponían en efecto apoderarse de nuestro planeta al terminar una empresa de sustitución: ocupaban el lugar de los seres humanos a los que hacían desaparecer y reproducían en todas sus particularidades su apariencia y, según creo recordar, había un detalle revelador que permitía a veces a quienes conocían ese dato y, en primer lugar a Vincent, distinguir las copias de los originales”. En ese libro, aparecido casi simultáneamente a las declaraciones de Baudrillard, Augé nos advierte que “se está instalando un nuevo régimen de la ficción que afecta la vida social hasta el punto de hacernos dudar de la realidad. (…) Inadvertidamente estamos pasando a la “ficción total”. Están desapareciendo las mediaciones que permiten desarrollar la identidad, la conciencia de alteridad y los lazos sociales. (…) Esta nueva repartición entre lo real y la ficción condiciona también la circulación entre lo imaginario individual –los sueños-, lo imaginario colectivo –los mitos, ritos y símbolos- y la producción de obras de ficción.”
La propuesta es: ¿qué pasa si hacemos como Martín Fierro, desertamos y nos sumamos a la indiada? ¿Qué sucede si aceleramos el proceso de invasión, si ponemos a los aliens de nuestro lado? Al fin de cuentas ¿no se trata llevar el proceso al extremo? Como dijo Philip K. Dick: “la realidad está invariablemente en otra parte”.