lunes, 17 de diciembre de 2007

Saturaciones de la información: la ficción como amenaza

¿De qué forma dialogan en nuestros días términos como ficción e información? ¿Puede existir algo a lo que llamar información ficcional? O quizá, y abusando un poco del tropos, deberíamos preguntarnos ¿qué diferencia existiría entre ésta y la ficción informativa? Como sea, tanto ficción como información aún pueden resultar presencias molestas y hasta peligrosas para ciertas nociones de sociabilidad, incluso en territorios que creíamos más flexibles, como los son los del arte y los mundos virtuales.

Con todas sus diferencias, seguimos pensándolos (tanto al arte como a los mundos virtuales) al modo de campos de prueba, de experimentación. Espacios en los cuales la información adquiere otro estatus, otra forma, una impronta ética diferente. Tuvieron que transcurrir muchos siglos para que, como sucede en la narración de Lewis Carroll, la ficción conquistara plenamente un régimen autónomo: de un lado y otro del espejo, las leyes son distintas. Ya sabemos, la victoria de esta autonomía fue muy pero muy lenta. Ese campo autónomo, ese patio de juegos, siempre estuvo monitoreado. Las ficciones podían transportar e incluso esconder información perjudicial.

El método de control que comenzó a aplicarse fue muy preciso y toma estado público en los elementos de la defensa de Flaubert en el juicio contra Madame Bovary. Tachada de obscena, su abogado defensor, Jules Sénard, realiza dos operaciones, como muy bien lo explicita Damián Tabarovsky en su ensayo Perder el juicio: primero, establecer una incuestionable diferencia entre autor y narrador. Segundo, justificar la ficción por medio de la utilidad. Velar por una forma que demuestre su funcionalidad. Una forma –ficción que jamás esté excedida. Como bien señala Tabarovsky “(…) lo peligroso era la autonomía de la obra de arte (es curioso: la sociología de la literatura ve a este momento como el momento de la creación de los campos autónomos, de las posiciones en el campo literario como mecanismo de legitimación y no como el comienzo de una desmesura, el umbral de una tragedia).”

Hace rato que, como síntoma de una época signada por la posautonomía, Josefina Ludmer viene refiriéndose a las ficciones diaspóricas, “que reformulan la categoría de realidad: no se las puede leer como mero ‘realismo’, en relaciones referenciales o verosimilizantes.” Son ficciones que ingresan “a ‘la realidad’ y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano [y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, el email, internet, etc]. Y toman la forma de escrituras de lo real: del testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la etnografía”.

Pero no se trata, únicamente, de ciertos usos de la ficción que se fusionan y circulan dentro de los límites de lo real, sino que, como nos dice Marc Auge: “la condición de la ficción y el lugar del autor están actualmente muy alterados: la ficción lo invade todo y el autor desaparece. El mundo está penetrado por una ficción sin autor”.

No creo que se trate exactamente de eso, sino por el contrario de que ya no sabemos dónde ubicar al autor, cómo participa la ficción en el autor, de qué forma se está excediendo el límite. A principios de mayo de este año, la sede del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en Second Life sufrió un atentado de la ETA. ¿Era parte de un juego? ¿Una metáfora? ¿Una amenaza desde el Metaverso?
Apenas unos días más tarde, la justicia alemana comenzó a investigar casos de pedofilia en el mismo mundo virtual. Hacia fines de abril el FBI ya estaba alertado al respecto.
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Este desbordamiento de los límites no sólo se restringe a la red. Ya no se sabe qué hacer con la ficción, cómo vincularse con ella. La semana pasada, el artista Guillermo Iuso participó del cierre de un ciclo titulado Confesionario en el Centro Rojas (Universidad de Buenos Aires). Iuso es reconocido por provocar desde una ficcionalización de su vida privada. En esta oportunidad, Iuso compuso nuevamente su personaje ficcional y, según la revista Veintitrés, “narró como los juegos eróticos con una sobrina de 9 años habían acabado con sus disfunciones sexuales. La nena le pedía que se besaran como en las telenovelas y Iuso accedía, acto que lograba excitarlo.”

La revista subió la apuesta y tituló en tapa “Escándalo. El plástico argentino que reivindicó un abuso infantil como arte”.

Más allá de la performance de Iuso (no voy a referirme a ésta porque no estuve presente y las versiones son muchas y difieren entre sí) realmente me alarman muchas de las reacciones, desde la agresión física contra el artista hasta comentarios públicos desafortunados y obcecados como el de Edgardo Cozarinsky manifestando “sólo en el emputecido mundillo del arte este hombre puede posar de artista”.

El tema es delicado. Auge recomienda: “Si corresponde a la lógica de este proceso [de ficcionalización del presente] producir un yo igualmente ficcional, incapaz de situar su realidad y su identidad en una relación efectiva con los demás, nos es menester definir, no solamente, como el héroe de Calderón, una moral de espera, en caso de que haya un despertar, sino también una moral de resistencia.
Esa moral se apoyará en algunas constataciones simples.
En primer lugar, no hay que confundir los modelos con la realidad”.