sábado, 8 de marzo de 2008

No soy quien para ser todo(s) lo(s) que soy (v. 2)

El tamaño de tus intereses es el tamaño de tu mundo. ¿Qué clase de información provee tu identidad? ¿Es tu identidad un ID? ¿Un texto? ¿Un conjunto de sensaciones? ¿un libreto que vas escribiendo sobre la marcha? ¿Un anhelo que rinde exámenes todos los días? ¿Un protector de pantalla que vas modificando cada tanto? ¿Cuánto mide tu personalidad? ¿Quién eras cuando tomaste las decisiones para el profile de tu blog?

Tu identidad es información, para vos y para todos. Un currículum vitae lo es. Una confesión, la narración de una experiencia, la configuración de un recuerdo, la puesta en palabras de tus sensaciones actuales.
Cada vez generamos más bancos de información sobre nosotros mismos. Cada día estamos más disponibles. Somos identidad diseminada: en Filckr, en Fotologs, en blogs, en números de teléfono, en My Space, en mails, en avatares, en fotos en celulares, en pequeños videos en You Tube. Incluso bajo un mismo y único nombre, nos creamos identidades todo el tiempo.

¿Nuestra biografía se escribe en la suma de cada una de estas posibilidades? ¿Es la suma, el resumen, la antología de todas ellas? ¿Qué sucede cuando las piezas de nuestro puzzle, cuando cada uno de estos registros, de estos trazos, no coinciden entre sí? ¿Qué sucede cuando descubrimos que cada uno de los soportes que almacenan lo que somos y parecemos –simultáneamente, para colmo- generan más y más disonancias, más y más ruido?

¿Es la identidad un molde variable donde se expande o contrae nuestra subjetividad? ¿Es la identidad siempre subjetiva? ¿Es la identidad un fenómeno de la subjetividad o al revés?

La subjetividad nos enseña que hay demasiadas cosas de las que no podemos disponer; la identidad nos permite singularizar lo que creemos poseer.

Pues, conciente o inconscientemente se perfilan dos modelos de organizar la información de lo que somos (sobre los que se van montando otros modelos derivados de éstos). Un modelo llamémoslo clásico, que tiende a orquestar, bajo diferentes apuestas de cohesión, la dispersión de todas las manifestaciones, en una carrera por macerar todas las fugacidades.

Y otro modelo que acelera esa dispersión, que genera mas espacios ambiguos, que desconfía que identidad sea verdad, que exista un centro único. Es más: es un accionar que se basa en la desconfianza (represiva) en un solo, único centro.

En la cultura rock los modelos son bien definidos. Llamémoslas tradición Joan Baez y tradición Bowie (los ejemplos podrían ser tantos otros). De un lado Sun Ra, Doris, Kiss, Psychic TV, Babasónicos, del otro Bruce Springsteen, La Renga, Alanis Morissette, The Strokes, Bersuit Vergarabat (como toda lista, es maliciosa).

Vamos al núcleo (o a su presuposición): ¿existe una naturaleza de origen, siempre igual o parecida a si misma que se desdobla en infinidad de posibilidades? ¿O la naturaleza es sólo otra idea más, otro constructo cultural que podemos manipular a nuestro gusto? Por supuesto que existe una Historia Cultural de la Naturaleza (que observa históricamente la cantidad de ideas de naturaleza que hemos utilizado y descartado), pero ¿es el mismo núcleo hipersubjetivizado o es otra elección política entre otras?

“A pesar de Jean-Jacques Rousseau, nunca ha existido algo semejante al “hombre natural”. (…) Todos nosotros somos mas o menos programables, incluso mutantes genéticos. Esto no debería ser motivo de alarma, sino una invitación a una mayor precisión en el conocimiento de quienes somos.
(…) Hoy nuestras tecnologías son tan versátiles que nos otorgan el poder de rediseñar lo que llamamos “realidad”. Con las tecnologías administrando nuestro tiempo, espacio e identidad, el equilibrio tradicional se ha inclinado a favor de la cultura sobre la naturaleza. Nuestro código genético puede querer indicarnos cuándo comer o dormir, pero nosotros seguimos intentando decir algo más: la garantía de seguridad de nuestro planeta ha sido desmantelada. Esto no implica que debamos inmediatamente arrojarnos al tren del ambientalismo. La solución no reside en apuntar con el dedo, sino en adoptar nuevas responsabilidades a favor de una ecología planetaria en la que nuestros nuevos poderes se inviertan en nosotros. Como estos poderes a menudo ignoran los parámetros convencionales de la naturaleza, ahora debemos hacer elecciones dentro de una multiplicidad de posibilidades. Hoy podemos hacer cualquier cosa que queramos, luego necesitamos primero saber qué es lo que queremos”. De Kerckhove.

¿Qué queremos? La identidad es información, se distribuye y circula como tal ¿pero no lo es también el contexto con el que interactúa y del que forma parte? Pablo Mancini nos decía en uno de sus posteos: “de la producción (compartida) de contenidos al diseño de contextos”. Contexto, sabemos, es la forma en que están dispuestos los elementos en un tejido: nuestras identidades son la información clave de ese tejido que no es sino un sobreextendido administrador (múltiple) de información.

Sigue fascinándome la observación de Hebbel (transcripta por Hans Blumenberg): “Si sucede que perezco en un naufragio, no vería en ello, como quizás habría hecho antaño, la prueba de un odio personal del destino hacia mí, sino simplemente la prueba de que no sabía nadar”.

No somos información. Somos sobreinformación. Si no nos ahogamos ya, es porque tenemos buenas armas para mantenernos a flote.

El blog Mao y Lenin es un ajustado ejemplo de lo que digo. Al igual que Thomas Pynchon, Ana fue convirtiendo su profile en una base operativa, en un taller de experimentación. Por supuesto, el blog vale por su producción, por sus apuestas, por su proyecto, y es más: por su influencia.
Claro que cuando se produce un fenómeno de este tipo, comienzan las atribuciones. Ya me preguntaron si Mao y Lenin era una creación mía. Me encantaría decir que sí, porque me encanta, como también, quizás por otras razones, me encantaría decir que soy Thomas Pynchon.
Muy a mi pesar, no soy ninguno de ambos.

La frase del título de este posteo es la (mínima) variación de un verso de Pappo Napolitano (Algo ha cambiado, Pappo’s Blues volumen 3).