miércoles, 16 de abril de 2008

Toda ideología es paisajística

Resulta absolutamente imposible que podamos escapar del paisaje porque cada uno de nosotros cumple varias funciones en más de un paisaje. Ya sabemos, todo paisaje es un empleo (y también un destino) del orden donde batallan la sorpresa y la novedad, inefable par que o bien lo pone en crisis o bien le subraya una visibilidad distinta.

Sorpresa cuando uno de esos elementos-factores que siempre relegamos pasa por fuerza propia a formar parte de nuestra antología perceptiva (la puerta de un edificio pintada de un color flúo, un nuevo tipo de ropa, una actitud diferente, genera otro sentido de orden perceptivo que nos toma desprevenidos). Éste video, de Tomi y Cherry (más Cambre for Nike), viene muy al caso. Los paisajes ordenan nuestra percepción, nuestras formas de dar orden (los ordenes con los cuales nos pensamos a nosotros mismos y a nuestro entorno), por lo cual intentan perpetuarse tanto como pueden.

La novedad, en cambio, se define en el cambio (giro) clave de uno de los elementos que siempre pertenece a nuestra antología de base. La realidad funciona porque volvemos cotidiana una función de percepción para de inmediato desentendernos de ella (nos sentamos en una silla, usamos una mesa, pero sólo pensamos en éstas cuando están imbricadas en una novedad).

Georges Perec dedicó una buena parte de su vida a indagar en nuestras enumeraciones de orden inmediato. Miremos un segundo a nuestro alrededor ¿a qué se debe que las cosas que vemos sean precisamente las que vemos, así como las vemos? Demos una vuelta en 360º. Descubramos un poco cómo nos comportamos en tanto paisajistas.

Claro, las ideologías y los dogmas (de tan diversos alcances) que rigen nuestras vidas no se sostienen en el éter o el vacío. No son sino diagramas de los órdenes (y negaciones de órdenes) en los cuales transcurren nuestras existencias (físicas y mentales).

Estamos rodeados de orden (voluntario y no tan voluntario). Una buena instalación no es mas que una pregunta (mejor o peor formulada) de cómo llegamos a ese orden. Y qué otros tipos de orden podrían contenernos o intimidarnos.

Dos semánticas del paisaje
Uno. Amo una obra -distribuida en varios libros- de la fotógrafa Jill Krementz, quien fuera la mujer de Kurt Vonnegut. Pienso en títulos como The Jewish Writer (una exquisita selección de fotos de grandes escritores judíos del siglo XX en sus estudios, en pleno trabajo (Saul Bellow, Hanah Arendt, David Mamet y Cynthia Ozick, entre otros) o The Writer’s Desk (esta vez con Amy Tan, Stephen King, Joyce Carol Oates y otros). Todos ellos –o casi todos- con sus máquinas de escribir. Nada más común al paisaje de una época (que abarca algo más que un extensísimo siglo).

Podríamos pensar que éstas máquinas de escribir son las verdaderas protagonistas de estas imágenes. Los paisajes estaban en orden. El mundo fue una sobreextendida superficie plagada de máquinas de escribir. Los escritores, sus guardianes. Nuestros descendientes verán con asombro nuestras fotografías donde aparecen televisores.

Las máquinas de escribir y los televisores tienen su dimensión sonora, su música. Se compusieron obras musicales con ellas. Nam Jun Paik mitologizó a los últimos así como Krementz taxonomizó (quizá sin proponérselo) a las primeras. Con esto quiero señalar que los paisajes son multidimensionales, cada sentido despliega el suyo.

Dos.
Xil Buffone me decía días atrás que mis profusos linkeados en cada posteo de este blog (que tantas veces se imputaron de excesivos) eran en realidad túneles conectivos, esas formas de cavar a las que refiero en Contagiosa paranoia. Claro, los paisajes no siempre están a la vista. Hace años que no pasa semana sin que recuerde que una ciudad como Buenos Aires es el techo de una multitud de túneles que existen desde tiempos coloniales. Túneles que están ahí, la mayoría de ellos inutilizados, como un enorme hormiguero humano tributado a una historia de invisibilidad que pocos creen importante de narrar.
Esos túneles también son un paisaje (como la red de internet obviamente lo es, aunque sea menos visible para muchos), con esto digo, una dimensión importante de el orden con que se pensó la ciudad. Un orden que hoy subsiste, más estático (al menos a lo que a humanos se refiere) pero sostiene el funcionamiento de nuestra paisajística histórica tanto como los preciosos jardines de Carlos Thays.