domingo, 17 de agosto de 2008

Apocalypse Web, ahora

El Apocalipsis de las tecnoculturas es que todo se desenchufe súbitamente. La caída global e irreversible de la conexión. Que el black out sea total, que la posibilidad del software se convierta en un recuerdo de soportes sin vida, inútiles por siempre.

Imaginémoslo: en un segundo todo el hardware no es más que chatarra, desiguales fragmentos de metal distribuidos por todo el planeta. Es curioso que Hollywood no haya producido aún una película semejante. Dios como un hacker/cracker que se ríe de la confianza de gran parte de la civilización en sus industrias. La secta de los adoradores del Apóstol Virilio recriminarían, satisfechos:

“Gracias a la tecnología informática , gracias al cálculo, reemplazamos las sensaciones. Experimentamos la reconstrucción de la fenomenología de la percepción por parte de la máquina. Y aquí tenemos la catástrofe. ¡Vivimos los efectos de la bomba de la información! ¡De la bomba de la ciencia! Cuando dejamos de lado el término “información” para reemplazarlo por “conocimiento” caímos en cuenta de que la militarización del conocimiento, el hecho de haber transformado el conocimiento en máquina de guerra gracias a la rapidez de la estimación, de reacción y de cálculo, no hicimos otra cosa que destruir a la ciencia.

No fuimos capaces de crear una filosofía política capaz de entablarle un proceso a la ciencia. Ésta devino deus ex machina. Y muerta la máquina, la humanidad se redujo a nada”.

Como Neo en Matrix, pero mucho peor. Porque al menos ahí estaban las máquinas dominadoras para que los humanos pudieran disputarles el control. En la visión en la que avanzamos el mundo está repleto de chatarra. Un inmenso basural de hardware recordándonos condiciones de vida irrecuperable. La instantaneidad en las comunicaciones, la posibilidad de almacenar siglos de conocimientos de todo tipo en formatos de fácil circulación esfumados de repente, de una vez y para siempre.

Lo dije muchas veces. Cualquier aspirante a buen tecnófobo podía soñar con su vida en un paraíso rousseauniano (como aquel que también anhelaban los situacionistas más extremos), mudarse a un idealizado paraíso hippie en un sitio remoto del universo y, como los protagonistas de La Aldea (The Village), de Night Shyamalan, abandonar en un prologadísimo paréntesis toda idea de tecnología.

Y hablo de paréntesis porque no existe tecnófobo que no sepa que, aunque la detesten, la tecnología estará siempre a mano para auxiliarlos.

Es curioso. Tenía en mente escribir un posteo usando como disparador otro posteo del blog La Ciudad Tecnicolor titulado “Hay millones de mundos dentro de éste”, y desensamblando y volviendo a reordenar algunos conceptos de dos textos más que interesantes de Arjun Appadurai que leí en Caósmosis. El primer impulso fue darle vueltas a las posibles funciones de los mundos virtuales en relación a la guerra de conceptos en torno la idea de globalización. O dicho de otra forma ¿de qué manera participan los mundos virtuales de aquello que entendemos por mundo globalizado? Una vez más, volver pero desde otro ángulo sobre la posible autonomía del cyberespacio, especialmente de los metaversos.

Los grupos socialistas, anarquistas y post-marxistas que pululan en Second Life y que diseñan su prédica para estas plataformas ¿qué es exactamente lo que están haciendo? ¿Qué clase de comercio activista tienen con las ficciones post-autónomas?

Es entonces que me cuelgo viendo el video de un posteo posterior: Slavoj Zizek. Cultura pop, filosofía, Apocalipsis, política.

En él escuchamos al filósofo esloveno describir sin dejar de gesticular: “Lo que digo es literalmente cierto. Estamos constantemente imaginándonos el fin del mundo. Prueba de ello son las películas apocalípticas del tipo El día de la Independencia (Independence Day) o El día después de mañana (The Day after Tomorrow). Sin embargo ninguna teoría social actual puede ya siquiera imaginar cuál era el tema estrella de la década de los años setenta “¿existirá una alternativa al capitalismo? ¿durará para siempre el capitalismo?" Hoy en día en la izquierda predomina lo que llamo “socialismo de rostro humano”. Lo que quieren es un capitalismo global con cara humana; más derechos para los desempleados, para las minorías de género, menos racismo.

No podemos imaginarnos una sociedad diferente. Y esto dice mucho del dilema en que nos encontramos.”

¿Los activistas del metaverso intentan avanzar hacia nuevas utopías como me preguntaba hace un año atrás? Es decir ¿abren nuevos espacios de ficción que ensayan una sociabilidad virtual) heterogénea? (¿O por el contrario sólo expanden en estos mundos generados por software las consignas unplugged del socialismo con rostro humano? ¿En qué clase de cotidianeidad actúan? ¿cuál es su horizonte apocalíptico?

¿Como desarrollarían su programa? ¿Cuáles serían los públicos? ¿De qué manera seleccionarían sus elementos de acción? ¿Actuarían simultáneamente en el seno mismo de la idea de un apocalipsis por desconexión masiva?

Puesto a teorizar ¿no será que necesitamos con urgencia un socialismo anfibio?

Para concluir, y en tanto esmerado activista patafísico que soy, no pude más que recordar aquella visión de Alfred Jarry, en el que, al contrario de mi descripción y la de Matrix, las máquinas se adueñan del planeta (Nabucodonosor transformado en bestia).

“...Mientras tanto, cuando no hubo ya nadie en el mundo, la Máquina de Pintar, animada en su interior por un sistema de resortes sin masa, giraba en acimut en el salón de hierro del Palacio de las Máquinas, único monumento en pie de París desierto y arrasado, y como un trompo, tropezando con los pilares, se inclinó y declinó en direcciones indefinidamente variadas, soplando a su santa voluntad sobre la tela de las paredes la sucesión de los colores fundamentales escalonados según los tubos de su vientre, como un pousse-l´amour en un bar, los más claros más cerca de la salida. (…) En el palacio sellado al que solo erizaba el bruñido muerto, moderno diluvio del Sena universal, la bestia imprevista Clinamen eyaculó en las paredes de su universo.”

El Apocalipsis jamás será anfibio.