martes, 30 de septiembre de 2008

¿Existe una sensibilidad Google?

Por cierto, es una pregunta extraña. Pero ¿por qué extraña?
Crecimos en una tecnología diferencial: si eras rico, tenías la posibilidad de acceder a mejor tecnología. Claro, pronto aprendimos a reconciliarnos con “la brecha”: entendimos que la novedad y sus posibilidades no determinan fatalmente nuestra necesidad.

El punk hizo de escuela: los teclados de Suicide no sonaban como los de última generación. Esta frontera nos inmunizó luego contra Microsoft y todo el software corporativo: si la tecnología es nuestro anexo (la continuidad de las funciones de un cuerpo) la calidad industrial de ese anexo no redunda jamás en eficacia cultural: tu hardware no debía ser el más caro, el último del catálogo. Al fin de cuentas, nunca dejamos de referirnos a la cultura arduina.

Hace unos días estuve en el taller de Oligatega Numeric. Ni bien ingresás experimentás la temperatura: las prácticas artísticas reinventan los estándares de la tecnología desde otros remixes de imaginarios. Al fin de cuentas no existe tecnología sin puesta en escena.
El arte invariablemente barbariza la tecnología: la obliga a hablar otro idioma. Escribo “obliga” y sé que exagero. Pero tengo la sensación de es una invitación con bastante de imperativo.

¿Dónde comienza tu lengua y por dónde prosigue? En estos avances el arte es fundamental. No sólo sensibiliza los usos, sino que los testea.

Hablamos otros idiomas con los mismos instrumentos, ok. Pero nuestra lengua se desliza, invariablemente, en un mismo y único paisaje. Y ese paisaje se llama Google.
Ya sé: Google es una empresa. Hay varios intelectuales franceses que viajan por el mundo elevando su voz contra las políticas culturales de Google: ese es su nicho teórico. Pero dejemos esa conversación para otro momento. Ahora me refiero a que todos necesitamos motores de búsqueda. Son nuestras naves. Y no sé por qué lo escribo en plural (naves) cuando sé que no son muchas. Este es el punto donde nuestra tecnología ya no es diferencial: todos usamos Google.

Me encanta una escena de una comedia del año pasado, Holliday, en la cual Amanda Woods, adinerada diseñadora de trailers hollywoodense interpretada por Cameron Díaz, rastrea por internet una casa tranquila y apartada para intercambiarla por su mansión californiana durante unas curativas vacaciones. En otro punto del globo, más exactamente en las afueras de Londres, la editora periodística Iris Simpkis (Kate Winslet) ofrece su propiedad que posee exactamente estas características para tomar distancia por un tiempo de una relación amorosa complicada y encuentra así en la posibilidad del intercambio su mejor alternativa.
Las dos chicas pertenecen a mundos por completo diversos pero una y otra resultan unidas gracias a Google para concretar sus objetivos.

Regresemos una vez más: Google, muy bien. ¿Pero todos usamos este buscador de la misma manera? ¿Existe una única y omniexpandida sensibilidad Google o podemos detectar usos que subrayen distintas singularidades?
Es cierto, el iGoogle ofrece cada vez más gadgets para que lo tunees como quieras. Como sabía Georges Perec, organizar un escritorio puede ser una variable del Feng Shui.

En el seminario 98,5% nos referimos más de una vez a este punto. Con Guillermo Lutzky coincidimos en que Google señala una frontera anfibia en lo que hace a las destrezas de uso: si te educaste en un contexto bibliófilo, si durante años fuiste usuario de fichas bibliográficas, si podés orientarte en las lógicas de clasificación de una biblioteca (otro tema que fascinaba a Perec), Google, en tanto motor de búsqueda, multiplica sus aptitudes como tu nave de exploración.

En este punto el Enterprise y el Halcón Milenario (Millenium Falcon) de Han Solo se superponen a la ética punk del “hazlo tu mismo” y a la figura de bibliotecario excedido de Borges: saber navegar implica estar entrenado en una sabiduría antigua.

La tecnología es producción cultural: su integración a otras producciones culturales puede resultar muchas veces diferencial, pero cuanto más linkee con ellas mayor será su eficacia.
Cuando nos referimos a culturas anfibia, especialmente a la integración entre contextos digitales y unplugged, también aludimos a esto:

nuestras ideas de tecnología muchas veces provienen de un muy más acá o allá de la tecnología, así como la tecnología tan a menudo termina por indiferenciarse en contextos donde ni tecnófilos ni tecnófobos habitualmente la buscarían. Nuestro cuerpo también es tecnología. Y muy avanzada, indudablemente.

Por esto mismo: la eficacia de Google no es sólo la de un algoritmo, la de una fórmula secreta. Como sucede con la Coca-Cola, su capacidad es cultural y política. Pero a diferencia de quienes no entienden su diferencia con esta última, sabemos que no sólo los modos de aprendizaje de una generación se están moldeando en este buscador, sino también su sensibilidad.
Un tipo de conocimiento sensible por usos diferenciales para el cual aún no tenemos respuestas.