jueves, 5 de noviembre de 2009

Porno Gore

¿La estética sirve al arte o al revés?
El orden de los factores crea cataclismos. Hace veinte años, Baudrillard escribía “en el mundo del arte, no existe dios que reconozca a los suyos”.

¿Es trágico o es gracioso? Recién cuando las utopías se materializan comenzamos a advertir la infección: ya no existe política que no sea viral. Chequeá tu contagio: tus sentidos están hackeados, como todo.
¿Acaso para los medios el mundo no es un fenómeno estético?
¿Una gran escultura social, ecológica?
¿No son los sondeos de nuestro chip Beuys?

Más aún, hace cuarenta años, cuando Adorno publicaba su póstuma Teoría Estética la “evidente falta de evidencia” en todo lo referido al arte, la estética aún era lo que era (Larry Shiner lo desarrolló magistralmente en La invención del arte, bastante después).

Tampoco entonces el pop era lo que pronto fue. El arte sólo le sirvió de vidriera letrada.

Volvamos al Baudrillard de hace dos décadas: “Nada (ni siquiera Dios) desaparece ya por su final o por su muerte, sino por su proliferación, contaminación, saturación y transparencia, extenuación y exterminación, por una epidemia de simulación, transferencia a la existencia secundaria de la simulación. Ya no un modo fatal de desaparición, sino un modo fractal de dispersión” (Después de la orgía) . Una observación que implicaba una distancia. Hace rato que la distinción simulación / no simulación resulta imperceptible.
Nuestros sentidos olvidan progresivamente como advertir esa diferencia.

En las Jornadas Burroughs, Pablo Schanton instó a una nueva linealidad, a un orden clásico como actitud frente desborde.

Nos vendría bien, sin dudas, aunque el contexto avance en la dirección contraria. Precisamente por eso.

No existe información no estetizada. Ahí donde se manifiesta la representación, comienza el hacking. Ante el menor síntoma, los historiadores del arte se comportan como rotarios.
La intoxicación reinventa el pasado mucho más rápido que la historia misma.
No hacemos más que remixar y volver a samplear pasados.
Y ya ni siquiera podemos vivirlo como un exceso.

Ahora bien ¿la infoxicación es algo distinto a un epifenómeno de los sueños de la tecnología?

Es lo bueno del trash: la tecnología no debe postrarse una y otra vez ante el reino del funcionamiento impecable. No existe nada parecido a un buen funcionamiento por fuera del orden –de las coacciones- de lo enunciado. Ni más ni menos: la estética sublima a la tecnología, propone un corrosivo deseo –un interminable festín- con sus fallas. ¿Acaso las ideologías del hi y low tech no son estéticas de uso?
El trash ni siquiera devela. Simplemente acepta que no todo debe ser traducido.
O que todo ya posee su traducción.
Como en el porno.

El porno invariablemente sucede en otro lado. Ni más ni menos: su núcleo será siempre representacional. Pero por sobre todo previsible: el porno no es más que una variable de si mismo en la que el deseo queda cautivo. Gira sobre un repertorio cerrado de morfologías del cuerpo. Nada distinto a la quintaesencia del reino de la normas: la codificación elevada a la tautología.
Maravillas porno: ¿qué sucede con el porno gore?
Hablamos de límites del porno, en los cuales el cuerpo aparece por demás trasheado. ¿De qué rango de efectos estamos hablando? ¿Qué proliferación?
Quizá estemos ingresando en la era definitiva del porno mutante, que todo tiene para expandirse.

Sí, sí. Pienso en Tokio Gore Police.
No dejen de hacer clic en el link. Y acá también.

Frederic Jameson: “lo visual es esencialmente pornográfico.”
Sería muy fácil y hasta útil desarrollar una tabla de Pornoléiev (suerte de Mendeléiev del porno): matemática pura, incluso más que una pieza de Bach.

Álvaro García: “El objetivo de la pornografía es mostrar la sexualidad en todos sus detalles y variaciones. Esto, sin embargo, concluye en una desexualización de lo sexual. Así como cualquier cosa (como por ejemplo en los absurdos del humor sexual) puede adquirir un doble sentido y sexualizarse debido a un contexto o referente al cual se alude implícitamente, el sexo en sí mismo al ser representado pierde la condición metafórica del doble sentido y pasa de ser un significado a ser un mero significante. Esta reducción se condice con su estado verificable.”

Regresemos a uno de los puntos claves de aquella charla en las Jornadas Burroughs. Propongamos por un momento un elemental esquema de sinécdoque porno gore.

¿Cuál sería la historia de nuestro deseo?